Ha sido una montaña rusa. La maternidad es hermosa, pero también me ha desafiado profundamente. Ha sido un constante morir a mí por amor. Aprender a ceder, entregarme y vivir completamente para alguien más. Al principio, fue difícil, pero cuando miro a mi pequeña, todo cobra más sentido y cada día se vuelve más natural.

Agradezco mucho haber tenido una buena experiencia de parto y postparto que me permitió disfrutar un poco más el inicio de mi maternidad junto a mi pequeña. Peeero, sin duda, mi esposo y mi familia fueron y son un pilar fundamental en todo esto. No me imagino transitando la maternidad sin su apoyo, sus abrazos, su presencia, sus consejos sabios y su ayuda cuando mi cuerpo y mi mente no pueden más.

Ser mamá es hermoso, pero también cansador y retador. Defino mi experiencia como un viaje de aprendizaje continuo. Cada día descubro la importancia de hacer pausas, de respirar profundo y de permitirme descansar, porque solo así puedo seguir entregándome con todo mi amor a mi pequeña.

Desde que soy mamá, siento que mi vida tiene un antes y un después marcado. Soy profesora de educación básica y pensaba que tenía mucha paciencia, pero la maternidad me ha mostrado cuánto aún me falta por aprender. Mi corazón se ve desafiado a amar aún más profundamente, a soltar el control y a ser más sabía al reconocer mis límites. Saber cuándo pedir ayuda o decir "hoy no puedo más".

Mis prioridades han cambiado, ya no se trata solo de "mis" tiempos o "mis" planes, sino de "nuestros". Ahora hay una pequeña vida que depende de mí, y eso me transforma día a día. Es un proceso hermoso y retador, pero sobre todo hermoso. Una experiencia de aprendizaje constante que me enseña a entregarme con más amor, paciencia y gracia.